Entre la lírica y lo pop

14/Mar/2011

El País, Domingos, Leonel García

Entre la lírica y lo pop

13.3.2011 Estudió en la Manhattan School of Music y formó parte de grandes elencos en Europa. La elogió Pavarotti. El Papa se despertaba con su voz. Y también se vinculó al entorno de Michael Jackson, se animó a la cumbia, al folclore y a cantar el himno para Chris Namús. Cómo navegar entre dos mundos y no naufragar.
LEONEL GARCÍA
De jeans y remera verde de manga corta, sentada a lo indio en una cama del Radisson, la soprano argentina Gabriela Pochinki cierra sus ojos castaños y arremete con… una cumbia. “Agüita, sobre tu cuerpo, al bailar, como te quiero, ¡como te quieeeeero!”. El sobreagudo es sobrecogedor, como el mi bemol de un aria. Un aria al servicio de la música tropical.
A esa misma canción, tan ajena a cualquier repertorio clásico como pueda imaginarse, Gabriela la interpretó en vivo en 2002. Ella es graduada de la prestigiosa Manhattan School of Music en 1996. Fue alumna de Elizabeth Schwarkzkopf, Alfredo Kraus y Rita Patane, entre otros grandes de la música clásica. Fue primera figura en óperas como la de Lucerna o Salzburgo. Fue varias veces la protagonista de María de “Amor sin barreras” (West side story) en Austria. Fue elogiada por Luciano Pavarotti y por el papa Juan Pablo II, quien le hizo saber mediante una carta que se despertaba con su versión del Ave María. Pues bien, esta soprano cantó Agüita con el grupo tropical argentino Ráfaga en un abarrotado Gran Rex porteño. “Termino, todo el público enloquecido, y de repente aparece un muchacho pelilargo con un ramo de flores, ¡era el cantante y me puso a balar con él! Y fue un golazo”, ríe.
Cómoda para entonar a su manera algo tan alejado al bel canto, cómoda para enfrentar la cámara del fotógrafo. Salta a la vista que le divierte posar. Eso sí, ahí estará vestida con creaciones especiales del diseñador Ramiro de León. Sencillez primero, sofisticación después, aunque este orden pueda invertirse, o intercalarse, o mezclarse. Como su propia carrera artística, a caballo de dos mundos, el lírico y el popular. Del Landerstheater de Lucerna al Festival de Cosquín en Córdoba. De la Volksopera de Viena a una gala boxística en el Hotel Conrad de Punta del Este. Todo ello en un mismo soporte de 1,59 metros, 53 kilos y una voz que eriza.
En un mundo, el lírico, donde el divismo suele ya venir incorporado en el producto final, ella asegura que prefiere tomar otro camino. “No me gusta la pose de diva, no lo acepto. A mí me enseñó una grande que era Joan Dornemann, que fue profesora de Plácido Domingo y Montserrat Caballé, que uno debe dar la imagen de lo que quiere ser. Y yo decidí ser friendly (amigable), ser abierta. A veces me han dado golpes por eso, sobre todo en la televisión, donde trabajo mucho”. No se explaya sobre este tema. “Tal vez necesitaría ser más untouchable (intocable)… pero yo sigo eligiendo ser quien soy”.
Gabriela no tiene aires de untouchable. No impone distancias con el interlocutor. Prefiere que la llamen por su nombre, o como Gaby, que como “la Pochinki”. Pero tampoco es cuestión de adoptar una postura de excesiva humildad. Le sobra currículum, lo sabe y lo cuenta: fue Gilda en Rigoletto, Zerlina de Don Juan y Rosina en El barbero de Sevilla; en 1997 fue premiada como la “Mejor cantante del mundo” en el Tercer Festival de la Lírica en Italia, y como la “Mejor Cantante de Ópera” en San Remo, entre otras distinciones; integró elencos prestigiosos en Italia, Austria, Suiza, Israel y Estados Unidos. Su voz ha sido elogiada en los principales escenarios de la lírica.
A lo popular. Pero lo popular le tira y ella no lo oculta. Ya desde sus inicios, el apelar a arias fácilmente reconocibles, como el “brindis” de La Traviata u O mio bambino caro de Puccini, y contar con un público muchas veces ajeno a la ópera le valió que en EE.UU. y Europa fuera llamada como “la soprano del pueblo”. Y el mote no le desagradó en absoluto.
En los últimos años ha profundizado en un camino que podría calificarse como lírico-pop, con énfasis en todo lo que signifique una llegada masiva al público. Luego de varias grabaciones de arias y canciones litúrgicas, su último disco, Pájaro rebelde, incluye la habanera de Carmen con toques de tango y pop, junto con versiones de temas de Horacio Guaraní y Richard Marx. Algo así como la Biblia y el calefón, pero con buen gusto.
También -para horror de los talibanes de la ópera- se ha lucido en Broadway y se ha presentado en Cosquín, cantó con Ráfaga, estuvo en un ciclo anterior de Showmatch como coach (ese término no le gusta mucho) de algunos de los participantes de los “certámenes” de canto, e incluso fue tentada – “fui muy tentada”- a participar de Gran Hermano VIP, lo que finalmente declinó. Por años fue parte de la corte del rey Michael Jackson en Neverland, luego de impresionar a Joe Jackson, el padre del astro y uno de sus impulsores. “Eso fue en 1999, fui por un día y estuve como un año. Aprendí lo que es la industria discográfica, trabajar en un estudio, ponerme un auricular, usar jeans, sentir el ritmo, andar de panza al aire”. ¡Una cantante lírica que se anima a mostrar el ombligo! “¡Totalmente! Joe me enseñó”.
Mucho después de eso, cuando Chris Namús ganó el título mundial superligero de la Federación Mundial de Boxeo Profesional, en febrero de 2010 en el Conrad, ella fue la encargada de cantar el himno nacional de Uruguay durante esa velada. “Fue un placer, lo tomé como un aria de Donizetti. Más que un himno, fue una plegaria para que Chris ganara”. Los arreglos para esa interpretación estuvieron a cargo de Julio Frade, alguien a quien ella reconoce como una suerte de “descubridor” artístico.
Aunque Pavarotti haya grabado con U2, aunque Andrea Bocelli ya haya incursionado en el pop, aunque existan propuestas como Il Divo, para muchos puristas lo popular y lo lírico son dos mundos separados y que así deben mantenerse. Para Gabriela, mostrar que esta combinación o crossover de un universo al otro es perfectamente posible es su batalla actual.
“Mi misión es justamente esa. Me acuerdo de haber estado en Cosquín, de cantar Amar, amando, de Horacio Guaraní, hacer un agudo y que la gente empiece a aplaudir en el medio de la canción. ¡No hay que menospreciar! A mí, técnicamente hacer ese agudo me llevó años y dinero de técnica para poder hacer esa nota, que es como un diamante. Es que para hacer ese camino (ir de lo lírico a lo popular) tenés que adquirir la excelencia en la técnica, solo así podés `bajar` y jugar, abrir el cielo con tu voz. Si no, el resultado puede ser ridículo. Y siempre hay alguien que te critique, que diga `adónde vamos a parar`. ¡Voy a parar al alma de la gente! Porque lo que viene de tu alma llega al corazón de la gente”.
Embajadora latina. Hincha de San Lorenzo, fonoaudióloga recibida (lo que le ha servido de mucho en su carrera: mucha, mucha agua, fruta, verdura y nada de picantes “por el reflujo esofágico”), seis idiomas en su acervo cultural, amante del mate (“me lubrica las cuerdas vocales”), celosa guardiana de su edad, judía, “más espiritual que religiosa”, y con un largo listado de episodios -vinculados con gente tan distante como Julio Frade y Michael Jackson- que la han marcado en su camino. Descubrir su vocación fue uno. “Yo empecé a apreciar la música clásica cuando lo vi a Pavarotti en el Luna Park, ¡que es el escenario del pueblo! Tenía cinco años y ahí me dije: voy a ser cantante”.
Fue este tenor italiano quien dijo de ella: “Que bella qualita di voce” (Qué bella calidad de voz). “Es que hay voces metálicas, agresivas y con muy buena técnica. Lo que quiso decir es que mi voz era linda. Pero más que un elogio, era una indicación: no te quedés con eso, tenés que estudiar nena, rompete las piernas pero llegá”.
Cuando decidió ir a la Manhattan School of Music ella fue una de los ocho seleccionados entre 800 postulantes. Pero no conseguía apoyo por ningún lado. Una carta de la escuela, en la que se decía que “una pequeña inversión en ella podía significar una embajadora lírica a nivel mundial” era su mayor arma.
“Yo le hice a Dios una promesa: si ves que voy a poder ser una embajadora latina a nivel mundial dame una señal”. Un complejo periplo que incluyó la casa del portero del consulado argentino en Nueva York -adonde llegó con dos valijas por todo equipaje- como su primer hogar en la gran manzana fue el puntapié inicial. Le siguieron seis años de residencia en EE.UU. y diez en Europa perfeccionando su arte, el reconocimiento y la fama.
Postergaciones. Gabriela tiene la sonrisa fácil, pero a veces adopta una expresión más seria. Su origen latino supo ser un obstáculo, en Estados Unidos y Europa. “Para mí nunca fue fácil”. No puede disimular que no le gusta hablar del tema. Al recibirse en Manhattan, no le quisieron dar el teatro para una suerte de evaluación final. “Tuve que hacer un show en la embajada argentina. Había lugar para 200 personas y llevé 400”.
La embajadora volvió a su país. “Por muchos años no tuve un `lugar`. Italia, Suiza, Alemania, EE.UU., Israel, Austria… Era ciudadana del mundo. Te contratan, hacés tu valija y te vas. Hace cuatro años decidí volver a la Argentina. La soledad… no me bancaba estar más en el exterior. Pero paso mucho viajando. A veces me planifico una semana en Nueva York y termino estando seis. Este año creo que sólo voy a estar ocho meses en Buenos Aires”.
El sábado 5 realizó una presentación en el Complejo Nogaró by Mantra de Punta del Este. Está ensayando para una gala en Ushuaia el 8 de abril, el festival de música clásica más austral del mundo, donde la acompañarán sus viejos compañeros de Salzburgo. Está en tratativas para actuar en Buenos Aires con Andrea Bocelli el 31 de marzo. “Quiero cantar mi favorita, Con te partiro”. También está la posibilidad de incursionar en el cine.
Una trayectoria como la de Gabriela es rica en satisfacciones y postergaciones. Las primeras las contesta rápido: “Conocer el mundo, diferentes culturas, haber tenido los mejores maestros, hacer amigos por todos lados, crecer como persona y como artista. Y la televisión, que es una experiencia que me encanta”.
Pero para las segundas se toma su tiempo, piensa, parece desnudarse: “La vida personal, la familia, el idioma, el país, todo… Formar una familia es una deuda pendiente. Fue una caminata muy larga, lírica, para después bajar y hacer lo popular. ¿Te lo sintetizo? No hagas lo que hice yo”. No pierde la sonrisa, solo que ésta es notoriamente distinta. No le gusta decir su edad; hablar de su vida privada tampoco le hace gracia. “La soledad es muy importante en este trayecto. Cuando entré a la escuela nos dijeron que ninguna de las personas que ahí estábamos éramos normales y por eso habíamos sido elegidas. En la punta de la pirámide estás sola. Nadie me mintió. Avisada estaba”. Pese al éxito, pese a decirse “muy feliz”, Gabriela aconseja a quien quiera escucharla que “no postergue su vida”. Cara y cruz de una soprano pop.
Descubierta en Punta a los ocho años
Ciudadana del mundo, la soprano Gabriela Pochinki sitúa su origen artístico en Uruguay. Un lugar, Punta del Este, y un nombre, el reconocido pianista y actor Julio Frade, están íntimamente ligados a ese momento. Se puede decir que todo empezó en la playa La Olla.
“Yo siempre venía a Punta del Este con mis papás. Un día estaba cantando descalza en la playa con amigos, con mi familia, con la guitarra… y pasó Julio Frade, me vio y le gustó. Y me dijo que me necesitaba para tocar en el Casino San Rafael. Le pidió a mi madre si me podía llevar, ¡yo tenía ocho años! Y de ahí no paré, porque me llamaban de las embajadas, de casas de familias, y ahí iba yo con mi guitarrita. Y eso es muy fuerte para mí, porque la música empieza cuando alguien del pueblo como Frade -que parece que tuviera 20 dedos, no le tiene que envidiar a nadie en el mundo- detecta a alguien como yo y piensa que a alguna gente le puede gustar”.
Para Gabriela, Uruguay es su lugar ideal de descanso. “Cuando estoy estresada, afuera, cierro mis ojos y me encuentro en La Olla, en La Brava”.
Durante 2010, ella realizó actuaciones en el restaurante Rara Avis en Montevideo. También fue invitada especial, interpretando arias de Puccini y el Ave María, durante los shows de Nito Artaza y Miguel Ángel Cherutti en Punta del Este, otro guiño entre lo clásico y lo popular. Gabriela, que supo estar en la Scala de Milán, el Metropolitan de Nueva York y el Colón porteño, aún tiene en su debe personal el subirse al escenario del Teatro Solís.